Wednesday, December 17, 2025

NECESITAR A DIOS

 

La necesidad de algún dios —ya sea Alá, Yahvé, Shiva, Dios, Zeus, Tláloc u otra figura trascendente— no debería ser motivo de incomodidad personal, ni mucho menos de burla o escarnio por parte de otros. Creer, sentir o apoyarse en un ser superior forma parte de una experiencia humana legítima y extendida a lo largo de la historia y de las culturas, y no constituye en sí misma un signo de debilidad, ignorancia o inferioridad.

Desde una perspectiva psicológica, la vivencia de lo divino puede cumplir una función reguladora fundamental: ofrecer consuelo, sentido, esperanza y contención emocional frente a las crisis inevitables de la vida, como la enfermedad, la pérdida, la incertidumbre o la muerte. En la mayoría de los individuos, esta experiencia contribuye a disminuir el estrés y la ansiedad, facilitando estados de calma y equilibrio emocional. Dichos estados pueden estar asociados a procesos neurobiológicos de autorregulación —como la activación de circuitos de recompensa y bienestar— que ayudan a mitigar el miedo y a restaurar la estabilidad psíquica. 

Del mismo modo que algunas personas encuentran serenidad en la razón, la ciencia, el arte o la naturaleza, otras la encuentran en la relación íntima con un dios. Ninguna de estas vías es universal ni obligatoria: cada mente construye sus propios recursos para enfrentar la existencia azarosa a la que fue arrojado. Lo verdaderamente problemático no es la necesidad de un dios, sino la imposición de esa necesidad como norma, o su negación despectiva como si se tratara de un defecto humano.

Reconocer esta diversidad de respuestas ante la vida permite comprender que el tener un dios —como el no tenerlo— es una forma de adaptación psicológica y existencial, no una jerarquía moral. El respeto mutuo surge precisamente cuando se acepta que los caminos hacia el equilibrio emocional y el sentido vital no son únicos, y que cada persona transita el suyo conforme a su historia, su estructura psíquica y sus

recursos internos.

Saludos cordiales.



TEOGÉNESIS

ÓRGANO CREADOR DE DIOS

Tu amígdala puede secuestrar tu comportamiento en 90 milisegundos

 La amígdala, centro emocional del cerebro, puede activarse tan rápido que toma decisiones antes de que la corteza prefrontal —encargada del pensamiento lógico— pueda intervenir.

Por eso la amígdala puede secuestrar el comportamiento y en ese brevísimo intervalo, cuando el temor y la ansiedad desbordan la capacidad reguladora de la razón, se convierten en terror, la mente se pone en "blanco" y se puede entrar en una situación alucinante, aun cuando el peligro o el problema no sea real.

Todos los seres humanos pueden enfrentarse a ese secuestro momentáneo, pero afortunadamente, la mente humana genera tanto la amenaza como su remedio. En el teodependiente, ese remedio adopta la forma de un dios protector; en el ateo, la confianza en la razón. Ambos responden al mismo Instinto de Supervivencia Cognitiva (ISC).

Este "secuestro emocional" explica porqué el dios del teodependiente no surge de una doctrina ni de una tradición, sino de una experiencia interna de desborde psíquico; solo después, la religión lo institucionaliza, lo nombra y le atribuye omnipotencia, omnisciencia y eternidad.

Saludos cordiales.