Existen personas que ingenuamente se hacen
llamar “ateos” y que claman a los cuatro vientos que si los dioses, religiones
e iglesias han producido grandes calamidades en el mundo, como Las Cruzadas,
las guerras religiosas, La Inquisición, la conquista de Mesoamérica etc. entonces,
por tal razón deberían desaparecer.
Sin embargo, un simple análisis de los beneficios que producen los
dioses es suficiente para entender la fundamental importancia que tienen en el
comportamiento de los creyentes y sus benéficas implicaciones no solo en los
creyentes mismos, sino en el resto de los seres humanos.
En primer lugar, los dioses, independientemente
de cómo los definan, los llamen o lo que estos sean, aumentan la estabilidad
emocional de los creyentes ante las vicisitudes de la vida diaria,
produciéndoles una enorme tranquilidad o calma, que de otra manera generaría
una gran cantidad de personas con graves problemas de salud mental.
En segundo lugar, los dioses reducen considerablemente en los creyentes la incertidumbre del futuro y del más allá,
minimizando la angustia y la ansiedad producida por los sucesos o fenómenos
desconocidos, inexplicables e inevitables como las enfermedades, los accidentes
y la muerte.
En tercer lugar, dada la natural, pero crítica
sensibilidad emocional de los creyentes, estos requieren de “algo” que los
cuide y los proteja, incluso de ellos mismos y aunque ese “algo” sea solo
imaginario, para ellos es suficiente para “sentirse bien”.
En cuarto lugar, la fuerza del creyente no radica en sí mismo, sino en
la masa, por lo que a los que hay que vigilar muy de cerca es a los líderes religiosos
fanáticos, ya que cuando estos adquieren poder político o económico, pueden
manipular la fuerza de la masa a su antojo y por ende se vuelven peligrosos
para otros grupos minoritarios, siendo el creyente común solo una victima más y
utilizado como carne de cañón.
El 80% de la población mundial es creyente en algún tipo de dios y su
imperiosa necesidad de guía y protección es simplemente de vida o muerte, por
lo que resulta ocioso, contraproducente e inhumano, la estéril pretensión de
eliminarles sus queridos dioses y las instituciones que los promueven.
Independientemente de
los intereses de cada gobierno, cada uno de ellos entiende y acepta la
necesidad de dios de las mayorías y abierta o solapadamente promueve las acciones
que satisfagan esa necesidad a fin de mantener bajo control a las masas
creyentes.
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