Thursday, January 25, 2007

EL ORIGEN DE LOS DIOSES.

Cuento corto por Libre y Soberano
Era un martes trece, como a las nueve de una noche de invierno, fría, lluviosa, solitaria y de luna nueva, cuando de pronto, inesperadamente el fluido eléctrico de todo el vecindario, se interrumpió.
Súbitamente todo quedó sombrío, sumergido en la oscuridad absoluta y la más profunda soledad de mí mismo. Cerrar los ojos era ocioso, ya que tenerlos abiertos resultaba exactamente lo mismo, quedándome sólo con mi fría soledad. 

Un golpe seco, tenebroso y primitivo me golpeo inmisericorde, vaciando mi casa de luz y sonido y llenándola de silencios ensordecedores. Mi imaginación se trasladó instantáneamente a la época de las cavernas, estremeciendo mi corazón, apresurando mi palpitar e interrumpiendo por breves momentos mi respiración. No pude evitar hacerme la inquietante y ancestral pregunta del solsticio de invierno sobre las noches cada vez más largas, ¿qué pasaría si alguna vez el sol dejara de alumbrar permanentemente la Tierra? La obvia respuesta me aterraba. 

Una vez que me repuse del sorpresivo impacto del suceso y dado que no tenía mucho que hacer, decidí irme a la cama a tientas para calentarme un poco y tratar de quedarme dormido a sabiendas de no tener sueño, pero mientras trataba de conciliar el sueño, la silente noche se hacía cada vez más fría, profunda e intimidante. 

La casa estaba herméticamente cerrada y los escasos sonidos exteriores que se solían escuchar habían desaparecido, acompañando a la terrible oscuridad con un tajante e hiriente silencio. 

La soledad y la oscuridad se confabularon y como siempre, establecieron un dialogo privado y silencioso, olvidándose de mí y dejándome en medio de ellas abandonado a mi triste suerte. 

Poco a poco mis ojos se fueron adaptando a la oscuridad y las siluetas de los objetos que en la penumbra apenas podía distinguir, empezaron a adquirir formas siniestras, las lámparas de mesa lucían la gala de sus vestidos de figuras fantasmagóricas con una enorme cabeza que me estaban observando en plan amenazante, las ráfagas de viento hacían que la madera de las paredes se quejara lastimosamente y las chocarreras gotas de agua llamaban y golpeaban insistentes sobre los vidrios de las ventanas. 

Una lejana y casi imperceptible sirena de ambulancia señalaba y confirmaba mi débil condición humana y una tenue luz color sangre, que provenía de un detector de humo, parecía advertirme socarronamente a intervalos precisos y monótonos del peligro en el que me encontraba.
—La inquietud me embargó. —

Empecé a cambiar de posición sin parar, me recostaba de lado derecho, de lado izquierdo, boca abajo, boca arriba, en posición supina, estiraba las piernas, pero todo no solo era en vano, sino que con esos movimientos, solo lograba que las siniestras figuras empezaran a moverse hacia mí con mayor rapidez.
—La ansiedad y el temor empezaron a cobijarme. —

Los razonamientos desaparecieron y solo quedaron los pensamientos más simples, que en forma inquisitiva,  se repetían una y mil veces:
¿En dónde quedó el hombre recio y fuerte que de día suelo ser?
¿De dónde surgió repentinamente ese niño en el que me he convertido?
¿Por qué no puedo controlar mi mente y le permito correr desbocada por todo mi cuerpo?
—A la ansiedad y al temor le siguió y me cubrió la cobija de la desesperación. —

Sentía el enorme peso que estas preguntas y sensaciones me estaban provocando ¡me estaban aplastando! me quedé estático, subyugado por tan enorme carga que me oprimía el pecho y el aire enrarecido me impedía respirar. Pensaba desesperado para mí mismo, ¡estoy solo! en la más profunda soledad de mí ser, no hay quien me pueda brindar ayuda en esta dramática situación, sólo yo la puedo y debo afrontar solo. Me recordaba las innumerables noches de mi niñez, que desamparado e inerme, esperaba que el cansancio me venciera y me condujera al acogedor sueño salvador, al reparador sueño libertador, al protector sueño de conciencias, pero el impasible Morfeo se resistía y no acudía a mí, parecía cómplice de la situación, la cual se estaba volviendo insoportable.
— La gruesa y pesada cobija de la frustración inició su demoledora presión —

Pero antes de rendirme ante la incapacidad para manejar por mí mismo tan crítica situación y de que emergiera de lo más profundo de mí ser el ancestral terror escondido, hice un último esfuerzo para recuperar mi capacidad de razonamiento y sobreponerme a esta insoslayable situación.
 
Tenía que enfrentarla y superarla a través de mi capacidad inteligible y con el único recurso que he tenido para esas incómodas situaciones; mi inapreciable VALOR. 

El valor de reconocer que todas esas siniestras figuras son solo producto de mi imaginación y del temor natural de supervivencia producido por la oscuridad y la ignorancia de mí mismo. 

Lentamente empecé a “ver” todo con mucha claridad, los objetos dejaron de ser fantasmas con movimientos, empecé a distinguir y ubicar los sonidos naturales producidos por el viento y la lluvia, empecé a sentir el calor de mi cuerpo y el agradable aroma de sábanas y cobijas limpias que me impulsaron a aspirarlo profundamente, tal como se inhala la tranquilizante fragancia de la flor de azahar.

Una vez que logré recuperar mi racionalidad y mi valor, desaparecieron inmediatamente la ansiedad, el temor y la desesperación, devolviéndome la serenidad perdida por el apagón, aun a pesar de continuar en medio de la soledad y la oscuridad.

Al final comprendí que la vida es un juego de naipes en las que hay que encontrarle sentido a las cartas que a cada persona nos tocó en suerte, aprendiendo a reducir el dolor de las vicisitudes que la vida encierra y nos depara, tratando de sacarle el mayor provecho a esa irrepetible partida que llamamos vida.

Con la recuperación de mi racionalidad, me percaté que me bastaba a mí mismo para controlar y superar lo impredecible, que lo impredecible es inherente a la vida.

Con mi valor sobrepuesto, me di cuenta que no necesitaba de apoyos imaginarios o muletas mentales para manejar lo desconocido, que lo desconocido lo magnificaba mi temor.

Al aceptar ser lo que soy, me congratulé de las ventajas intelectuales que la naturaleza me había brindado para reconocer y aceptar lo inevitable, que lo inevitable entre más lo rechazaba, más angustia me provocaba.

Recordando y pensando en el Mito de la Caverna de Platón, me imaginé saliendo de la oscuridad, llegando trabajosamente a la boca de la cueva y alcanzar la luz, lo que me permitió ver a los objetos por lo que son y no por lo que aparentan ser, sonreí por ser lo que soy, por ser autárquico, por ser Libre y Soberano de mí mismo, y abruptamente me sentí jalado como por una pesada masa de plomo de tal modo que me quedé profundamente dormido...
FIN.